martes, 7 de enero de 2020

Ella y él


Nunca te has preguntado, ¿Cómo le vas a gustar a alguien? Mírate, ¿realmente crees que alguien se llegará a enamorar de ti? Le reprochaba a su reflejo mientras lo apuñalaba con la mirada.
Los días se iban suicidando para él, los minutos se desangraban atónitos observando el remojo diario en su letrina de frustración, la vida para él no era más que un automático inspirar y exhalar. Derrotado, consumido, sabía que el único motivo que lo mantenía en pie era la cobardía, Coger un arma, encañonarse el hocico y estallarse el cerebro, ahorcarse en el techo de su habitación, cortarse las venas con una cuchilla tan afilada que el dolor sería imperceptible, atiborrase con un puñado de pastillas. Él sabía que no era capaz de ponerle fin a su lamentable vida, había días en los que se acostaba soñando que se iba ahogar con su propio vómito, para él esa muerte era perfecta, para él esa muerte le parecía poética.

Ella

Una luz roja y tenue que abraza un hedor a sexo, a sufrimiento, a coraje. Ella tenía una niña de 10 años, toda charla sobre ella era superficial: si papito, tengo una niñita que me la cuida mi “madle”, es lo mejol que me ha pasado en la vida, su padle es un canalla, me abandono cuando estaba de tles meses de embalazo”. Su acento caribeño lo embriagaba, pocas veces subió con ella, la gran mayoría de días sólo quería hablar.
-          - Hay papito con la lengua que tú me tienes debes comel coños que da gusto, ¡ay que rico! - Le repetía al oído justo después de lamerle el lóbulo derecho.

No le importaba pagarle las copas siempre y cuando ella estuviese a su lado, no le importaba saber que lo suyo era una simple interpretación. Él sólo quería que escuchar y ser escuchado, no importaba cuantas veces ella rozaba su sexo contra su muslo, no importaba las numerosas veces que se levantaba el vestido y frotaba sus nalgas contra su sexo, él sólo quería sujetarle la mano. Ella no entendía nada, nadie lo entendía a él, era como ir a una frutería a comprar ternera
.
Su mirada era inquietante, sólo tenía ojos para ella, la sensación que el mundo era ajeno, la sensación de un abrazo en una perpetua oscuridad donde sólo brillaba ella, muy pocas veces he vuelto a ver a una persona dar esa sensación con una simple mirada, el mundo se puede acabar, el techo se puede derrumbar, pero siempre te sentirías único, especial, irremplazable aferrándote a esa mirada.

Ella era una muñeca rota y él la sentía, ella no se sentía digna de merecer amor, pero él la amaba, él sólo quería respirar lo que ella exhalaba.

Pero él no sabía que tan rota estaba, un día llegó y no la encontró, no preguntó, miró a los lados y cabizbajo se marchó, uno, dos, tres, cuatro, siempre a la misma hora, siempre daba los mismos pasos y siempre se marchaba cabizbajo. Aquella noche fue distinto, entró, miró a los lados y se aproximó a la barra a sentarse en el mismo taburete, espero, 10, 15, 20, media hora y se acercó al barman a preguntar sobre ella. Se había quitado la vida hace 1 semana, su hija la encontró con la boca llena de espuma tirada en el salón de su casa al regresar del colegio. Esbozó una pequeña sonrisa y se marchó. La envidiaba, nadie sabe lo que hay después de la muerte, pero él sentía que ella tuvo el coraje de querer descubrirlo, ¿Una vida nueva? ¿Un comienzo fresco? ¿Un mundo donde no sintiera tan irremediablemente miserable y desahuciado? Un mundo donde hubiese espacio para él.

A los dos días volvió, esta vez todo era distinto, se sentó en su taburete favorito y pidió una copa, la primera se acercó y a los 10 minutos se marchó, la segunda, la tercera, la cuarta. Terminó su copa y con un paso decidido se acercó a una de ellas susurrándole algo al oído y se fueron para arriba. Un ruido ensordecedor y un grito desesperado advirtieron que algo había pasado, entraron a la habitación y lo vieron con la cabeza abierta, las paredes manchadas con trozos de su cabeza, un arma en su mano derecha y un papel con gotas de sangre en el que se podía leer. Te encontraré.  





miércoles, 21 de junio de 2017

Incertidumbre

-           Quién nos puede decir lo que es real y lo que no es?  Me pregunto sentado en un olvidado parque con las manos machadas de sangre mientras Dancing on my own ceba mi desdicha.

-         No sé qué hay al otro lado, no sé… mándame una señal, utiliza al viento y susúrrame al oído, dime por favor que esto no es el final, me digo entre lágrimas mientras acaricio el mango de mi cuchillo y repito la misma canción una y otra vez.

Emilia


“Somebody said you got a new friend ¿Does she love you better than I can? There’s a big black sky over my town, I know where you’re at, I bet she’s around”

-          Hola – me acerqué a un ángel de melena negra.

-           Shhh, shhh, viene la mejor parte, me contestó distraída mientras bailaba sola.

“I'm in the corner, watching you kiss her, oh oh oh, I'm right over here, why can't you see me, oh oh oh, And I'm giving it my all, but I'm not the guy you're taking home, ooh, I keep dancing on my own, , I keep dancing on my own”

Hechizado sonreía mientras ella movía los brazos de arriba abajo, de un lado a otro y sus labios acompasados con la canción cantaban la letra. No… sé… muchas veces escuchas a la gente cuando cuentan sus historias de amor: “Me enamoré la primera vez que la vi”, “la primera impresión no fue tan buena como las siguientes”, “lo rechacé muchas veces pero él era obstinado”. No me hicieron falta ni dos segundos para empezar a amar a Emilia aquella noche.

Fue como si nuestras almas estuviesen destinadas a conocerse, como si cada decisión que gobernase nuestra voluntad en cualquier momento de nuestra vida se extraviase en un sendero determinado, nada fortuito, nada se vio subyugado al caprichoso azar, lo nuestro estaba escrito, categórico, con tinta indeleble tatuado en nuestras almas.

-          ¿Cómo te llamas?- Le pregunté mientras sujetaba mi cigarro y maravillado por el cuarto menguante dibujado en su rostro.

-          Emilia, no me digas tu nombre, te llamas… te llamas… tienes rostro de Sebastián- aseguró mientras me perdía en la iluminada oscuridad de sus pupilas.

-          Me llamo Adrián.

-          Acabas de destruir mi sueño de hacerme pitonisa -me dijo llevándose un cigarro a la boca y sonriéndome.

Fue mágico, aún puedo cerrar los ojos y recordar con exactitud cada momento a su lado, indiferentes al tiempo, indiferentes a los rostros perplejos que nos acechaban por el sonido de nuestras estruendosas carcajadas. Desafiando la lógica, la aritmética, uno más uno ya no era dos, uno más uno era uno.

-          ¿A qué te dedicas? ¿Estás sola?- Le pregunté nervioso.

-          Estudio arte dramático y he venido con unos amigos, pero no sé dónde están, ¿y tú?

-          No te rías pero quiero ser escritor y he venido solo- le contesté con el pulso trémulo.

-          Joder, escritor, ¿Has publicado algo?- Me preguntó con cierto asombro.

-          Sí, publiqué un libro que a nadie parece importarle un carajo- le dije con una sonrisa frustrada.

-          Me encantaría leerlo, ya sólo te falta plantar un árbol y tener un hijo- me dijo riéndose.

-          Lo del hijo, ufff… pero lo de plantar un árbol lo intenté y si le hubiese puesto unos manguitos o un chaleco salvavidas ahora sería algo más que una raíz ahogada, le dije y nos fundimos en una risa.

-              Algún día podrás escribir sobre nosotros- me dijo con las mejillas ruborizadas.
       
-              Sería fascinante…

-               ¡Emilia! ¡Emilia! ¡Nos vamos, vente ya!, recuerdo que nos interrumpió una de sus                          amigas.

Giró su rostro, me escudriñó dos segundos con la mirada y con una sonrisa pícara contestó.

-           ¡Los veo otro día! Gritó mirándome coqueta

-           ¿Te quedas conmigo? – le pregunté ilusionado.

-           Sí, Adrián el escritor- me dijo con ternura y una sonrisa cómplice.

Se acercó un corpulento muchacho mientras hablábamos, con el rostro ofuscado y con una mirada poseída me miró de arriba abajo.

-           Vamos Emilia, ni siquiera conoces al tío este, vamos que te acerco a tu casa – le dijo con el timbre iracundo.

-          Por eso me quedo Daniel, para conocer al tío este – le contestó tajante.

-           Déjate de tonterías Emilia y vamos – insistió Daniel y la cogió de la muñeca.

-          No ves que aquí sobras Daniel, nos estás interrumpiendo, suéltame la muñeca y vete por dónde has venido- le contestó y de un tirón liberó su muñeca.

-          De acuerdo- dijo Daniel y volvió a mirarme con esos mismos ojos endemoniados.

-           Un tipo insistente – le dije extrañado.

-          De los que no saben el significado de un no, olvídate de él, no merece la pena enturbiar nuestra noche hablando de él, me dijo.

Volvimos a lo nuestro, a nuestra exquisita complicidad, era como ser parte de estas inverosímiles y apasionantes películas de amor, algo tan onírico, tan puro… joder como te extraño. La noche nos cobijaba, el tiempo no nos controlaba, caminamos kilómetros  sin dejar de sumergirnos en nuestras miradas, volviendo nuestra saliva en fina arena y nuestra garganta en un desierto.

-          ¿Tienes novio o alguien….

       -      ¿Por qué no me preguntas eso más tarde?- Me interrumpió y nuestros labios se rozaron con la intensidad de una brisa de primaveral.

-          Sonará ridículo pero creo que me estoy enamorando de ti Adrián - me dijo acariciando su nariz con la mía.

-          Yo ya estoy enamorado de ti Emilia - le dije y volví a besarla.

La respuesta

¿Dónde estoy? Estaba sentado … ¿Dónde está mi ropa?... ¡Hola! ¡Hola!... ¿Qué mierda está pasando?
-         
              Shhhhh - escucho una voz.
 
-          ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?- Pregunto nervioso.

A dos metros puedo ver una pequeña llama que antecede a la de un cigarrillo, escucho su respiración, escucho la exhalación.
-          
      ¡Contéstame joder! - Grito nervioso.
 
-          No tienes porqué gritar Adrián, no voy a hacerte daño, aunque lo único que puedas ver es la iluminación de mi cigarro cuando le doy una calada, no temas - me contesta apacible.
 
-          ¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre?- Pregunto confundido.
 
-          Eso es irrelevante, la pregunta es: ¿Quién eres tú y qué haces aquí?
 
-          ¿Qué quién soy? ¿Qué hago aquí? qué preguntas de mierda son esas, tú me has traído aquí, tú me has secuestrado, tú… me has amarrado, no puedo moverme – le contesto asustado.
 
-          Mírate las manos, mírate las piernas, no estás amarrado Adrián, aunque no recuerdes has llegado solo aquí, nadie te ha secuestrado – me contesta mientras el cigarro cae al suelo.
 
-          ¡Entonces por qué no puedo moverme! ¡Deja de ser tan misterioso y explícame que mierda está pasando! – le exijo angustiado.
 
-          Revisa tu bolsillo derecho, vas a encontrar un paquete de cigarros y un encendedor, me encantaría ayudarte Adrián, pero no puedo hacerlo si no recuerdas, sólo puedo decirte que soy la respuesta a tu pregunta, nos vemos luego – me dice con el mismo tono gentil y pacificador.
 
-          ¡No, no, no! No te vayas, no te vayas, no me dejes solo por favor – le suplico con la voz entrecortada.
 
Oscuridad

Era feliz, era feliz, no… no lo era, joder no puedo recordar, ansioso busco en mi bolsillo y encuentro mis cigarros favoritos, miro el encendedor, tiene escrito:  “Creo que me estoy enamorando de ti”. Emilia, no, no, no, no, no, Emilia, por qué hay tanto dolor en ese nombre, por qué me arde la garganta y se me constriñe el pecho al pronunciarlo.

-          La respuesta es sí y no, Adrián – vuelvo a escuchar la misma voz, tan suave y tan calmada.

Algo pasó, te perdí para siempre, algo o alguien me destruyó la vida. Llovía, recuerdo las gotas rebotando en mi rostro, era de noche, me llamaron… fue ella… ¡noooooooooooo! ¡noooooooooooo! Lo recuerdo todo.
-          
            ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué me haces recordarlo? Mátame por favor, mátame, te lo ruego – le suplico.
 
-          La respuesta es sí y no, Adrián, ¿Qué más paso?
 
Su llamada era para contarme que me tenía una sorpresa, era nuestro décimo mes, intenté improvisar, encargué sushi en su restaurante favorito, compre una botella de vino rosado, era algo tarde y sólo pude comprarle rosas rojas aun sabiendo que ella odiaba esas cursilerías.
Llegué a casa y la puerta estaba abierta, dejé mi mochila y toda la compra sobre la mesa del comedor, no me preocupé, ella era muy despistada a veces y se dejaba la puerta abierta o la llave por fuera, a veces lo hacía adrede para ver cómo me enfadaba y se reía al ver como fruncía el ceño.
Llamaba su nombre y no me contestaba, preparé la mesa pensando que había salido, quería darle una hermosa sorpresa, una cena con su comida favorita, hice un pequeño camino de rosas hasta la puerta de la habitación…. (Me tiembla la mandíbula y empiezo a llorar desconsoladamente)… Abrí la puerta de la habitación con el ramo en la mano y la encontré tendida en la cama bañada en sangre, estaba tan frí… estaba tan fría, tan pálida… la cargué en brazos llorando  en su cuello y de su bolsillo se cayó un papel… íbamos a ser padres, íbamos a ser padre… esa er… esa era la sorpresa.
-        
              La respuesta a tus preguntas es sí y no, Adrián, me repite.
 
-          ¿Estoy muerto?
 
-          Sí.
 
-          ¿Muertos podremos ser felices los tres?
 
-          No.
 
-          ¿Quién eres?
 
-          Te voy amar por siempre.